Traducido por Cristhiam Álvarez Rosales para Enfoque a la Familia
Desde que nació mi hija la he considerado la «bebé de mis sueños». Desde el primer día ella comió cuando tenía que comer, eructó cuando tenía que eructar y durmió cuando tenía que dormir. Cuando tenía seis semanas ya dormía bien en la noche. Me sentía muy orgullosa.
Un día conocí otro bebé cinco meses mayor que mi bebé quien todavía se despertaba varias veces durante la noche. «Qué dicha que no es mi bebé» -pensé - «Sus papás deben estar vueltos locos por la falta de sueño.»
Sin embargo, poco después, pasé un tiempo con otra familia cuyo bebé ya gateaba. El bebé era como dos meses menor que mi hija. ¿Por qué será que mi bebé aún no gatea? –me pregunté a mí misma. ¿Será que se está tardando en su desarrollo? ¿Será que hay algo que no anda bien?
Orgullo versus probar o demostrar
Es normal que los padres se sientan orgullosos de los más mínimos éxitos de sus hijos. Incluso durante el periodo del embarazo sonreí con orgullo cuando el doctor dijo que mi bebé estaba sana y fuerte, pero como madre primeriza también me sentí insegura de mí misma y comencé a observar otras familias para ver si estaba haciendo las cosas de la forma correcta.
Pude notar rápidamente que mi hija era más saludable que otros niños, tenía una naturaleza agradable y molestaba menos que los otros niños. También me di cuenta que aunque dormía bien no dormía tanto como su primo y me desilusionó un poco que no gateara tan rápido como el bebé de mi amiga.
Pude notar rápidamente que mi hija era más saludable que otros niños, tenía una naturaleza agradable y molestaba menos que los otros niños. También me di cuenta que aunque dormía bien no dormía tanto como su primo y me desilusionó un poco que no gateara tan rápido como el bebé de mi amiga.
Pronto mis observaciones evolucionaron en una competencia pasiva-agresiva. Empecé a comparar constantemente a mi hija con los niños que la rodeaban: su ropa, su dieta, cuánto babeaba. Nada escapaba de mi atención. Incluso los mismos éxitos de los cuales me sentía orgullosa empezaron a comerse mis pensamientos y se convirtieron en comparaciones eternas. Ya no adoraba a mi hija simplemente, ahora tenía que probar por qué ella adorable.
El daño de comparar
No soy la primera madre que experimenta este impulso. Isaac y Rebeca también compararon a sus hijos gemelos, Jacob y Esaú. Cada uno tenía su favorito, una competencia que llevó al engaño y a un conflicto amargo. De manera similar, en la historia bíblica, cuando Jacob tuvo hijos, su preferencia por José hizo que sus otros hijos se pusieran celosos, generaran odio, mentiras y un plan para matarlo.
La competencia hace que los hijos se enfrenten entre ellos, que los padres se enfrenten con los hijos y que los padres se enfrenten el uno con el otro. Si mi hija ve que yo la comparo con otros niños, probablemente aprenderá a hacerlo. Me da temor pensar que mi hija tratará a otros con desprecio porque piense que es mejor que ellos. He visto adolescentes que crecen con vidas dobles evitando desesperadamente el escrutinio de un padre al que nunca pudieron satisfacer. He sido testigo de la destrucción que pequeñas competencias pueden ocasionar en las amistades, las familias y los matrimonios.
Un Dios incomparable
A veces siento que estoy peleando una batalla imposible. A pesar que ruego al Señor para que quite de mi corazón este horrible hábito, todavía me veo haciendo comparaciones. Pero Dios me ha ayudado a entender algo que me da esperanza: No soy perfecta y tampoco lo serán mis hijos, sin embargo Jesús sí lo es. Irónicamente, esa comparación de la perfección de Cristo y mi insuficiencia no me hace sentir miserable. En su lugar, cuanto más tiempo paso observándolo, más me parezco a Él. Me siento segura al saber que Él me ama a pesar de mis fallas y que nunca me critica cuando me quedo corta.
Mi esperanza es que conforme me asemejo más a Él pueda transmitirle esa seguridad a mi hija. Quiero que el valor de ella provenga de Él, no de la cuenta que yo haga de sus éxitos en comparación con los de otra persona. Quiero que ella se regocije en quien ella es y que no se estrese por lo que ella no es.
Los malos hábitos son difíciles de quitar y seguro tendré que luchar contra las ganas de comparar por el resto de mi vida. Solo necesito recordar que mi trabajo como madre va más allá de llevar a mi hija a través de una serie de hitos en su desarrollo. El éxito de la crianza no viene por comparar los éxitos de su hijo, sino por presentarle a un Dios que no tiene comparación.
Este artículo apareció por primera vez en la edición de octubre del 2008 de la revista Focus on the Family. Derechos de autor© 2008 Audra Charlebois. Todos los derechos reservados.
Encuentre el artículo original ublicado en inglés en el Sitio Web: www.thrivingFamily.com
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